Y en relación a este hilo sobre el riesgo del
abandono en tiempos de confinamiento y la tarea del profesorado universitario,
tenemos en esta ocasión la suerte de contar con la aportación de Rodrigo
Trujillo, un amigo, un matemático, un antiguo Vicerrector de Investigación,
pero por encima de todo un gran docente, con una perspectiva de la educación
superior, que a mí no solo me interesa, sino que me contagia y me ilustra casi a diario.
¿Qué nos preocupa cuando
enseñamos? ¿Qué riesgos generan en nuestro alumnado nuestro proceso de
enseñanza-aprendizaje? Tanto si nos hemos planteado estas cuestiones, como si
no, antes de la crisis del COVID19, debemos aprovechar el nuevo escenario
docente para abordarlas y ajustar nuestras respuestas.
Hasta ahora, la preocupación por
la asimilación de los contenidos ha sido principalmente el eje de nuestro
proceso de enseñanza (¡hago trampas, no digo también de aprendizaje!). Para
muchos, el único riesgo era que no lo consiguiesen, y lo imperdonable es que se
nos colasen “sin saber lo mínimo”.
Y en tiempos de confinamiento,
¿tenemos las mismas preocupaciones? Tristemente tal vez las mismas. No
obstante, y es lo que nos ocupa en este artículo, creemos que han aparecido más
riesgos que antes para un colectivo: el alumnado, y especialmente el de primer
curso.
Lo han confinado en sus casas,
aislados, sometidos a un sistema nuevo, doblemente para el de primero, donde el
flujo tiene en una dirección un volumen de miles de gigas de datos (lo que
reciben del profesorado) y, desde ellos, más parecido al transmitido con dos
vasos de yogourt unidos con una cuerda.
Mi principal preocupación, ahora,
no es que no adquieran los contenidos, sino que no puedan llegar ni a creerse
que los puedan asimilar, no consigan abrir los pdf o vídeos que le mandamos por
convertirse en una tarea tan solitaria y aislante que los apabulle.
Ya no tienen esos dos segundos
compartidos de resoplido por una clase difícil de seguir (o tediosa, que es más
triste), ahora es un lamento mucho más solitario, que temo que lo pueden llevar
más fácilmente al abandono y la decepción, más rápido que cuando están sentados
en la clase, donde, posiblemente por el sentimiento gregario, resisten allí
todo el resto del curso (forma clásica de prevenir el abandono: ¡tú aguanta que
al final siempre hay opciones!).
Y lo que posiblemente me duela
más, es tal el nivel de aturdimiento que tenemos todavía, que no estemos
actuando con la suficiente rapidez que evite hacer sentir a estos alumnos
(aislados) que no los estamos atendiendo correctamente, incluso que los hemos
abandonado (tardando por ejemplo tres semanas en mandar el primer mensaje de
contacto con instrucciones sobre qué va a pasar con la asignatura, las tareas,
la evaluación continua,…).
¿Se sienten ustedes abandonados por las autoridades
competentes (sean las que sean, sin color político)? Pues reflexionemos cómo
pueden sentirse nuestros alumnos...
Rodrigo Trujillo González (ULL). Profesor Titular Departamento de Análisis Matemático. Facultad de Ciencias. Universidad de La Laguna.
ES que esta situación sobrevenida ha cogido a todo el mundo con el pie cambiado. Yo creo que tanto profesorado como alumnado ha hecho un esfuerzo monumental. Pero, evidentemente, ha primado la improvisación. Es fundamental aprender de esta experiencia. Si lo hacemos así, saldremos mejorados.
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