Si me centro en
el retrovisor y analizo mi vida de docente en estos últimos cuarenta días, me
fijo en la botella medio llena y digo, ha merecido la pena, porque las limitaciones nos abren nuevas posibilidades. Llego a esa
conclusión porque al tiempo que he seguido lo que tenía empezado, he
introducido algunas innovaciones y cambios, por la necesidad de adaptarme a la
enseñanza no presencial. Esto me ha obligado a estudiar, a hacer tutoriales a mi manera, para aprender a usar nuevos
recursos, nuevas metodologías, con el fin de readaptar parte de los programas de las
asignaturas. Todo esto ha supuesto muchas más horas de trabajo, muchas más
horas sentadas delante del ordenador, pero sin duda todo esto ha sido bueno
para ser mejor docente. Y no es que yo comparta eso de que “esta es una buena
oportunidad para demostrar no sé qué, a no se quién”; en cualquier caso, ha sido una buena
oportunidad para que la Universidad en general y el profesorado en particular,
saliera de su zona de confort y se enfrentara a los imprevistos y a los retos
de una adaptación y renovación metodológica en tiempo récord. No ha sido nada fácil para el
profesorado, porque en algunos casos, la presencialidad estaba tan arraigada
que algunos ni tan siquiera habían utilizado el aula virtual. Las opiniones y
valoraciones han sido de todos los gustos. Pero cuando pienso en todo esto,
también me acuerdo del alumnado, que también ha vivido con mucha inquietud, estrés, incertidumbre
y preocupación este proceso. Ellos también han tenido que vivir un proceso de
readaptación importante de hoy para mañana. De repente todo del revés, la agenda saturada de
tareas, vídeos que escuchar, clases casi presenciales pero a través del filtro
de la pantalla, las dificultades para los trabajos grupales que estaban a medio
terminar… Caos.
Me recordó a la situación inicial del curso. Este año en una
actividad para una asignatura de máster sobre “toma de decisiones” les pedí a
los estudiantes que me narraran cómo habían sido sus primeros días en la
universidad. Y me decía una alumna “con respecto a lo académico, la primera
semana fue la más caótica de todas, sin duda. Papeles y más papeles, y trámites
y más trámites. La semana continuaba con presentaciones, más de 100 alumnos por
clase, muchas caras nuevas, profesores diferentes y muchos libros. Recuerdo el
primer día de clase, la universidad llena de chicos igual de perdidos que yo,
un corre corre constante buscando aulas. Luego me tenía que enfrentar a lo que eran las asignaturas. Metodologías
completamente diferentes a las que estaba acostumbrada y profesores que acababan la asignatura y ni siquiera sabía mi nombre…”
Procesos similares, en circunstancias
distintas, pero que no dejan de destacar la necesidad de aprender a adaptarnos
a los cambios, para poder seguir adelante sin desviarnos.
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