El comienzo del próximo curso académico se ha convertido en
un quebradero de cabeza, no solo por la incertidumbre que hay acerca de cómo va
a evolucionar la pandemia en los próximos días, semanas y meses, sino por la complejidad que supone en
este caso los cambios organizativos que será necesario aplicar en la enseñanza. Las medidas de
distanciamiento social tropiezan con la dificultad del espacio disponible para
desarrollar actividades presenciales y la división de grupos choca con el
inconveniente del profesorado que se necesitaría para adoptar esta medida. En
la enseñanza universitaria, por poner un ejemplo de una Facultad concreta, pasar
de grupos de 80 estudiantes a grupos de 40 (aunque sigue siendo una cifra
excesiva), supondría un incremento considerable: de 168 grupos a 336, imposible
de asumir. Así que se sigue pensando en estrategias organizativas para resolver
este importante problema.
Lo que sí está claro es que, en el mejor de los casos,
habrá que recurrir a una limitación considerable de la enseñanza presencial y
habrá que reforzar mucho más la telepresencialidad. En algunas comunidades han
empezado a lanzar propuestas para todos los niveles educativos. La Voz de Asturias publicaba estos días la
noticia de que en esa comunidad se baraja la posibilidad de que la reanudación
de la actividad lectiva en los centros educativos no universitarios al comienzo
del próximo curso, será presencial, en todo lo que sea posible, combinándola
con la docencia a través de internet, sin que se lleven a cabo de manera
simultánea. Señalan específicamente que «No se trata de que el
profesorado atienda simultáneamente al alumnado que esté en el aula y al que
esté en casa». Se han inspirado al pensar en esta medida en el modelo
austriaco, donde los estudiantes acuden al centro una semana de forma
presencial y trabajan desde casa las dos siguientes.
En el ámbito de la
educación superior hay que prepararse también para la desescalada académica y
habrá que pensar e hilar muy fino para ver cómo se organiza la vuelta. Desde un
modelo de aprendizaje basado en el estudiante, será preciso reducir la presencialidad
(no renunciar a una presencialidad controlada es fundamental en cualquier
modelo de enseñanza), reforzar el trabajo de tutoría y seguimiento del proceso
formativo y acompañar al estudiante en el proceso de trabajo autónomo. Todas
esas tareas del profesorado tienen que ajustarse y caber en las horas de
trabajo que corresponden a su rol y ejercicio profesional. Así que no es una
semana de clase y dos semanas en las que trabajan los estudiantes. El
profesorado debe estar en el trabajo presencial y en el no presencial, como
guía, acompañante y supervisor del proceso de aprendizaje del alumnado.
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