Estamos viviendo tiempos
complicados y el relato del día a día se teje de muchas realidades,
testimonios, incertidumbres, expectativas, experimentos y bastantes situaciones
personales y familiares que se han convertido en tragedia. Parece irreal que
nos hayamos casi acostumbrado a escuchar que cada día siguen falleciendo muchas
personas y detrás de cada una de ellas, hay una fractura, una enorme herida en
la parte que más duele de cada familia.
Todo esto que estamos viviendo, no deja insensible a nadie y los efectos se están notando en todos los planos de la sociedad. En lo económico, en lo social, en lo personal y también en lo académico. Cuando me dice una alumna estos días, que la ansiedad se ha apoderado de ella en este mes de abril, que lo está pasando mal, que se siente frustrada y con falta de motivación para estudiar por la situación familiar y económica, no puedo dejar de preocuparme y me invade una cierta sensación de impotencia.
Y es que estamos en un tiempo en el que el riesgo de la desvinculación de los estudios es grande, por muchos y diversos motivos. Ya lo hemos reflejado en las investigaciones, no es una sola variable, ni tan siquiera un conjunto de ellas las que se asocian para provocar el abandono. Especialmente la situación más preocupante es el alumnado de primer curso, que todavía está asimilando el cambio de escenario de aprendizaje, que está aún entrenándose sobre esta manera de trabajar en la universidad, un alumno que pese a los esfuerzos que se están haciendo con los recursos tecnológicos ha perdido la cercanía del profesorado, la relación diaria con los compañeros en el aula, el refuerzo directo e indirecto que supone la clase, la posibilidad que se ha roto ahora en muchos casos de preguntar sobre la marcha algo que no se entiende, la imposibilidad de acercarse al despacho y hablar cara a a cara con el profesor/a tutor, la realidad de tener que enfrentarse a paquetes de contenido enlatados y áridos desde la soledad. En este momento, navegamos en medio de una tormenta y tenemos que encontrar la manera de llegar todos y todas a puerto. Ese es un gran reto!!!
Todo esto que estamos viviendo, no deja insensible a nadie y los efectos se están notando en todos los planos de la sociedad. En lo económico, en lo social, en lo personal y también en lo académico. Cuando me dice una alumna estos días, que la ansiedad se ha apoderado de ella en este mes de abril, que lo está pasando mal, que se siente frustrada y con falta de motivación para estudiar por la situación familiar y económica, no puedo dejar de preocuparme y me invade una cierta sensación de impotencia.
Y es que estamos en un tiempo en el que el riesgo de la desvinculación de los estudios es grande, por muchos y diversos motivos. Ya lo hemos reflejado en las investigaciones, no es una sola variable, ni tan siquiera un conjunto de ellas las que se asocian para provocar el abandono. Especialmente la situación más preocupante es el alumnado de primer curso, que todavía está asimilando el cambio de escenario de aprendizaje, que está aún entrenándose sobre esta manera de trabajar en la universidad, un alumno que pese a los esfuerzos que se están haciendo con los recursos tecnológicos ha perdido la cercanía del profesorado, la relación diaria con los compañeros en el aula, el refuerzo directo e indirecto que supone la clase, la posibilidad que se ha roto ahora en muchos casos de preguntar sobre la marcha algo que no se entiende, la imposibilidad de acercarse al despacho y hablar cara a a cara con el profesor/a tutor, la realidad de tener que enfrentarse a paquetes de contenido enlatados y áridos desde la soledad. En este momento, navegamos en medio de una tormenta y tenemos que encontrar la manera de llegar todos y todas a puerto. Ese es un gran reto!!!
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