Miguel Sola es otra persona que
cuando la escuchas te atrapa rápidamente con su discurso crítico, valiente,
profundo, provocador, cargado de ideas, de propuestas y alimentado desde la
experiencia y la reflexión. Le conocí en una Jornadas de Innovación Educativa y
desde entonces le sigo. Un experto en enseñanza universitaria, que ha
profundizado en temas tan relevantes como la evaluación como aprendizaje, las
TIC en Educación o las creencias del profesorado y que incluso se ha atrevido a
plantear la necesidad de reinventar la profesión docente. En este caso nos
aporta sus reflexiones sobre cómo situarnos, desde lo personal y lo colectivo,
en esta etapa tan compleja de la enseñanza universitaria.
El papel de la Universidad sigue
siendo el de siempre: ejercer el liderazgo cultural y político contribuyendo al
desarrollo social. Las funciones docente e investigadora del profesorado
universitario deberían ser instrumentos precisos dirigidos a aquellos fines, no
fines en sí mismos como vienen siendo, renunciando de hecho en favor del
mercado a reclamar para la Universidad el espacio que le corresponde como ágora
de la ciencia y de la tecnología, de las artes, del pensamiento crítico, de la
formación profesional y humanista, motor del conocimiento, del bienestar, del
progreso, de la justicia social, de la democracia, de la libertad. No parece
que las políticas ni las prácticas universitarias apunten a esos altos
designios, doblegadas más bien a la lógica económica ampliamente aceptada como
discurso hegemónico y sometidas por su brazo armado, la burocracia.
Apuntar tan alto es casi siempre
la mejor manera de errar el disparo; no es mi intención. Tratar de revertir la
lamentable situación actual permite plantearse actuaciones individuales y
colectivas. Entre las primeras creo que es necesario un ejercicio profundo de
reflexión para ser capaces de poner en claro qué puede aportar mi conocimiento,
mi área, mi asignatura, al ideal de Universidad que persigo, y de qué mejor
modo podría empezar a hacerlo mañana mismo. Cuestionar mis convicciones y mis
prácticas puede ser una buena manera de empezar a dar un sentido diferente a mi
trabajo y un estímulo para innovar, que no es la meta, sino el camino.
Las actuaciones colectivas,
imprescindibles, son más difíciles de articular, entre otras cosas debido al
secular individualismo y aislamiento en la profesión, y las dejaré para otro
día. Pero pueden definirse con mucha claridad: se llaman activismo, lucha.
Miguel Sola Fernández, profesor titular del Departamento de
Didáctica-Organización Escolar de la Universidad de Málaga
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